Por Julia Negrete Recientemente vi la serie de Netflix sobre la vida de Sor Juana, y hace algunos años, la película de la directora argentina María Luisa Bemberg, Yo, la peor de todas (1990). Aunque había leído parte de la obra de Sor Juana, ver la historia de su vida en pantalla ha sido inspirador y me ha hecho pensar en lo que significa hoy en día que, en el siglo xvii, en Hispanoamérica, haya vivido una mujer que logró que su voz fuera escuchada en una sociedad totalmente patriarcal y hasta misógina, donde las mujeres eran consideradas como un mero un objeto doméstico y un instrumento para la propagación de la especie humana. Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, mejor conocida en el mundo literario como Sor Juana Inés de la Cruz, fue la portadora de esa voz desafiante que se atrevió a defender, entre otras cosas, su derecho a conocer, a pensar y a expresar los productos de su intelecto. Nació en 1648, en San Miguel Nepantla, un pueblo cerca de la Ciudad de México. Juana Inés pasó su infancia al lado de su madre en una hacienda propiedad de su abuelo paterno, pues su padre, un capitán español, nunca se casó con su madre ni se hizo cargo de ella y sus tres hijos. En esa hacienda Juana Inés aprendió sus primeras letras y encontró refugio en la nutrida biblioteca de su abuelo. A muy temprana edad, la niña mostró los primeros destellos de su genialidad: a los tres años ya había aprendido latín, a los cinco hacía cálculos matemáticos, a los ocho escribió su primer poema y a los doce dominaba el griego y era capaz de leer filosofía, además aprendió a comunicarse en náhuatl (la lengua de los aztecas) con los trabajadores de la hacienda. Como era de esperarse, a Juana Inés le fue negada la posibilidad de estudiar en la que entonces era la universidad, a pesar de que insistió a su madre para que le permitiera asistir disfrazada de hombre; sin embargo, no se dio por vencida y continuó aprendiendo por su cuenta. Gracias a la fama que le creó su extraordinaria inteligencia, a los 16 años fue invitada a la corte del Virrey de la Nueva España (ahora México), Antonio Sebastián de Toledo, para ser dama de compañía de la virreina Leonor Carreto. Para poner a prueba su talento, el virrey decidió convocar a un grupo de los más reconocidos teólogos, filósofos, juristas, poetas y estudiosos de otras ciencias con el fin de examinar a Juana Inés en todas las áreas del conocimiento. Para sorpresa de todos, la joven de sólo 17 años respondió con precisión y aplomo a cada una de las preguntas, y así consiguió el respeto y la admiración de la corte, aunque por ser mujer su talento no podía ir mucho más lejos; le quedaban dos opciones: casarse o dedicarse a la vida religiosa. Convencida de que en el matrimonio no encontraría la paz ni el tiempo para dedicarse por completo a nutrir su intelecto, optó por la vida conventual. En 1667, con 19 años, ingresó en la orden de las Carmelitas Descalzas, donde sólo estuvo unos meses, pues no estaba dispuesta a renunciar a los libros y a la lectura que la orden exigía como parte del abandono completo de los bienes mundanos para entregarse a una vida sencilla dedicada a la oración y la contemplación. Fue en el convento de San Jerónimo donde Juana Inés finalmente encontró el recogimiento que buscaba, donde pudo reunir una gran biblioteca, además de instrumentos musicales y científicos, y hacer del estudio parte de su consagración a Dios. Ahí escribió la mayor parte de su obra, firmada desde entonces con el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz. Sus libros difícilmente habrían sido publicados en México, no sólo por haber sido escritos por una mujer sino, en algunos casos, también por su contenido, escandaloso en opinión de las autoridades religiosas. Sin embargo, gracias al apoyo de la virreina varios de sus libros fueron publicados en España y leídos por la comunidad letrada de la época. Sor Juana escribió poesía y teatro siguiendo los modelos del estilo barroco que cultivaron Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca, entre otros. Su obra forma parte de la gran literatura del Siglo de Oro Español. Escribió también ensayos teológicos y filosóficos en los que rebate algunas de las ideas de personajes eminentes dentro de la Iglesia Católica, como es el caso de sus dos célebres cartas: la Carta Atenagórica, donde Sor Juana critica un sermón del padre jesuita portugués Antonio de Vieira. Esta carta fue publicada, sin que Sor Juana lo supiera, por el Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien, a su vez, escribió una carta bajo el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz, donde recomienda a la monja que se concentre en sus actividades religiosas en vez de estudiar (que es cosa de hombres) y, mucho menos, escribir. La segunda carta de Sor Juana es la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, un texto que se aleja un tanto del tema religioso para elaborar una autodefensa o, como han señalado muchos de los estudiosos, una brillante argumentación en defensa del derecho de las mujeres a la educación, al libre pensamiento y a su expresión mediante la escritura; en pocas palabras, en esa carta reivindica el derecho y la capacidad de las mujeres para ejercer autoridad intelectual. Debido a estas ideas y a su crítica a la estructura patriarcal de la Iglesia Católica, Sor Juana se ganó muchos enemigos, entre ellos el arzobispo de México, Francisco Aguiar y Seijas quien, con el apoyo de otras autoridades eclesiásticas, se encargó de censurar los escritos de la monja hasta privarla de su biblioteca y obligarla a dejar de escribir, a lo que, como muestra su obra póstuma, Sor Juana no renunció del todo. Un tema frecuente, tanto en su poesía como en sus ensayos filosóficos, es la crítica al comportamiento masculino hacia las mujeres. Con argumentos bien sustentados, Sor Juana defendió su capacidad, en nada diferente de la capacidad de los hombres, para aprender y razonar, y el derecho a ejercer libremente estas capacidades. En sus escritos, Sor Juana reconoce el intelecto como un don universal que no es, ni tiene por qué ser, masculino o femenino. La inteligencia, desde su punto de vista, es un don del espíritu y, como tal, carece de género. Por eso, propone evitar la separación genérica dual en favor de un género, por llamarlo así, “neutro”, porque el género sexual que establece la diferencia entre los cuerpos no determina el valor del alma, y el intelecto es intelecto sin importar si habita en el cerebro de un hombre o de una mujer. En 1695 se desató una epidemia que acabó con la vida de muchas personas, incluido un buen número de las monjas del convento de Santa Paula, donde Sor Juana había servido por 26 años. Durante semanas dedicó toda su energía a cuidar a sus hermanas enfermas hasta que no pudo resistir el embate de la enfermedad: murió el 17 de abril de ese año, pero dejó un legado magnífico a nuestra literatura, inspiración a las corrientes feministas, y un ejemplo de coraje y tenacidad para todo ser humano que ha sido oprimido por una cuestión tan básica como el género sexual. Julia Negrete is a Spanish Language Instructor at Berges NYC. |